martes, 26 de enero de 2010

Hago mal a los artistas

El sábado fui a Proa al estreno de Copacabana, la peli de Martín Rejtman que se adentra en el barrio Charrua, en Pompeya, donde se celebra la fiesta boliviana de la virgen de Copacabana todos los años. Dicho sea de paso, es una festividad impresionante, que todos deberían conocer. Y se come de un modo increíble rodeado de toda una comunidad que se apropia de un territorio icónica y simbólicamente.
Un amigo me decía que el film pecaba de exceso de lejanía respecto de los protagonistas, lo que producía un protagonismo fundamental de esa cámara distanciada. Quizás tenga razón. De cualquier manera, es un muy buen registro documental de un lugar que, pese al millón de bolivianos que viven en el país, todavía se mantiene secreto.
Anyway, al salir de la sala había gente que conocía. Desde la fila que estaba haciendo para entrar a la segunda función, M. me llamó: "Eh, Diego, ayer te dejamos varios mensajitos pero no respondiste". Me acerqué y charlamos un rato. Detrás estaba A., que dijo: "Hola, Diego –y, señalando a una señora, preguntó– ¿se conocen? Él es Diego..." Pero fue interrumpida: "Esta persona nos hace mal a los artistas, no lo queremos. Preferiría no conocerlo". Una de esas personas que hablan en tercera persona o en la primera del plural para escudarse de sus propias boludeces. Eso fue lo primero que pensé y señalé. "Hablá en primera persona, ¿qué te pasa?", le dije y continué conversando con M. La mina esa es una señora grande, por favor.
La cosa es así. Hace un par de años se produjo "el affaire Iuso", un episodio que causó bastante revuelo luego de que Guillermo Iuso se presentara en el ciclo Confesionario, coordinado por Cecilia Szperling, en el Rojas. Iuso "confesó" que había abusado de una sobrina, el relato fue interrumpido por el público y al final se comió una piña por parte de uno de los presentes, entre los que había cundido el enojo. Llamado de P. mediante desde el lugar de los hechos, escribí esta notita que apareció en la revista (el cambio de sistema de la web me obliga a scanearla):























Digamos que el caso dio que hablar y que todavía se recuerda. Unas semanas después me invitaron a cubrir el RIAA, una residencia de artistas locales y extranjeros que se desarrolla en el Viejo Hotel de Ostende, un lugar genial para acoger a una serie de artistas que se dedican a crear en insuperables condiciones. Recuerdo que durante un almuerzo se conversó sobre el asunto Iuso. Algunos planteaban que no se le podía pegar a un artista. Yo decía que, pasando por alto que me parecía una cagada la propuesta de aquella noche de Iuso, si se planteó como una performance el acto debía ser bancado hasta el final: la piña era, en todo caso, parte de la performance. Hubo posiciones a favor y en contra.
El día de cierre de la residencia llegó gente de Buenos Aires, entre ellos la señora. Yo la conocía de algún evento o cosa parecida. Después de un rato, me acerqué: "Hola, frutita, ¿cómo estás?". "Yo bien, pero lo que hiciste está muy mal. No cuidaste a Guillermo y a los artistas hay que cuidarlos. Tu pésima nota le hizo mal", saludó. "¿La nota sobre Iuso? Esa nota es impecable", le respondí y estoy convencido de ello. "Puede ser para vos. Por ahí les sirve. Vos hacés periodismo Chiche Gelblung", disparó, se dio vuelta y se fue, sin dejarme responderle ni nada. La confrontación de ideas es algo que disfruto. El debate también. Y si se quedaba y discutía, hasta hubiéramos podido llegar a un punto de encuentro, ya que no de acuerdo, o por lo menos hubiéramos podido conocer nuestras posiciones al respecto. Pero no fue así. La frutita dio media vuelta y se fue. Eso sí: odio que me dejen con las palabras en la boca, que no me dejen responder.
Finalmente no le di pelota y a la noche hubo una fiesta. A la frutita le gusta llamar la atención de un modo patológico. Así que acomodó unas sillas y se puso a dormir mientras el resto bailaba. Esta es la crónica que escribí sobre aquellos días en Ostende:

















Me dicen que la frutita me acusa de haber escrito una nota que le hizo muy mal a RIAA y a sus artistas. En realidad, la cazadora de tendencias (que a eso se dedica y llama arte) debe estar enojada por una suave descripción que hice de su siesta. Cosas de boluda.

domingo, 17 de enero de 2010

Un verano macrista y más zona rojas







No se trata solamente de elogiar los programas culturales macristas, sino de esgrimir una leve crítica a las producciones de marcos aguinis, nuestro prohombre de las letras argentinas. En este nuevo capítulo de Zona Rojas:

lunes, 11 de enero de 2010

Antiimperialismo para principiantes. Un recuerdo de hace muchos años.


Ahora que el comandante Chávez devaluó la moneda de tal manera que Venezuela y la isla Margarita y el Hilton socializado se vuelven más accesibles para los turistas argentinos, saco del arcón de los recuerdos un textito sobre mi paso por la anticumbre de las américas en mar del plata. Ahhhh, éramos tan jóvenes...

Antiimperialismo para principiantes.




Mucho se ha dicho sobre Mar del Plata y el encuentro y el contraencuentro, uno más pedorro que el otro. Yo también viajé y pude tener, entonces, mi jornada antiimperialista. Recuerdo haber tenido otra, mucho más interesante, hace diez años ya -ay dios- cuando vino Clinton a la Argentina. Cenaba en la Rural, y mucho antes que Seattle y toda la bola, muchos quisimos que no tuviera un buen provecho rodeado del empresariado argentino. La policía reprimió mucho: recuerdo que pateé para cualquier lado una granada de gas lacrimógeno. Y cualquier lado es cualquier lado cuando yo pateo. Debería perdonarme, seguramente, con el portador de ese chichón de hace diez años.
Esta vez todo estuvo mucho (es decir, muuuuuucho) más tranquilo. Viaje en el tren de Maradona. Y conocí una chica encantadora de la que me enamoré. El problema es que yo no me enamoro de chicas. El primer problema. El segundo, que más tarde, en la marcha de la mañana (porque hubieron dos marchas) en un tumulto le perdí el rastro y nunca más la vi. Y como soy malo para los nombres, el suyo ni lo recuerdo. Pero sé dónde trabaja. Por si quiero intentar. Pero contaba, tren de Maradona. Al pasar por Dolores a las tres de la mañana había gente esperando a la vera de las vías para saludar con luces y bocinas durante los treinta segundos que los cinco vagones tardaban en abandonar ese pueblucho. A las cinco de la mañana lo mismo en un pueblucho más inhóspito todavía. La gente del campo, evidentemente, está casi tan al pedo como la gente de la ciudad. Adentro del tren, Maradona saludome -hecho que no causa sensación alguna en mí, lamentablemente, porque me gustaría saber jugar al fútbol y emocionarme por un ídolo de su tamaño (estaba flaco, eso sí). A mí me interesaba mucho más Evo Morales, sobre quien escribí en una revista una nota recientemente. Hablé con él un poco, es una tragedia caminando (ACTUALIZACIÓN: tiempo después mis amigos bolivianos me contaron que las preguntas que le hice en el tren a Evo fueron reproducidas muchas veces por la tele boliviana, ya que le preguntaba: "¿Cómo piensa alcanzar el 50 por ciento más uno de los votos cuando acaba de sacar el veintipico?". Evo sonrió: "Ese veintipico significó triplicar nuestra anterior votación. Ahora hemos de triplicar otra vez". Tenía razón. Me cuentan que los medios pasaban la nota hablando sobre la soberbia del candidato plebeyo). Es decir, la tragedia de Bolivia se condensa en su figura. Habrá que ver. Otro del tren era Juanse, que no paró de chupar whisky durante todo el trayecto y, claro, ni se apareció por el acto del estadito.
Como decía, marcha de la mañana. Mucha gente, Pérez Esquivel, las columnas kirchneristas, todos pacifistas, ejército pelotudo -como dice esa gran banda, pequeñita, que se llama Las manos de Filippi-. Pero mucha gente. Pero en Mar del Plata empezó a llover. Y si uno llega a esa ciudad lo que quiere, al menos, es mojarse por las aguas del atlántico y no por esa llovizna interminable, molesta, que no golpea pero tampoco acaricia. Llegada al Mundialista que, dicho sea de paso, demuele las expectativas que uno podría poner en el adjetivo "mundialista". Y luego, zas, la trova. Dos horas y media seguidas de trova, señor. De canción de protesta. De guitarrista y versos obvios. Ay. Un grupo -que estaba bien, debo reconocer- pero qué nombre: Che Joven. Es decir, se llamaban Che Joven. No es joda. Y luego otros que cantaron ese esperpento llamado Hasta siempre. Los cubanos estaban con pilas, eso sí. Su tribuna no paraba de moverse como si bailaran rumba mientras cantaban esos, también, versos obvios. Pasaron otros -yo me recostaba en algún sitio de el reservado para periodistas en el que, para entrar, debimos ser cachados por un venezolano de la seguridad de Chávez (es cierto, hubiera querido recostarme en alguno de esos venezolanos). Llegó Silvio que se mandó un greatest hits. Y después le cedió el micrófono a Viglieti que dijo, entusiasta, que estaban tratando de construir un Uruguay nuevo -y yo que me perdí la noticia de que habían hecho la revolución- para después mandarse la misma versión de... "A desalambrar". Sí, a desalambrar que la tierra es tuya mía y de no sé quién. Por favor. Ya era anacrónica esa canción cuando la escribió en 1965. Encima había tantos setentistas que creo que se emocionaban. Hasta la bandera de los montoneros de los actos en la plaza de los primeros setenta estaba colgada en el alambrado. Una puesta en escena medio patética, es necesario decir. Para colmo después Silvio invitó a cantar con él a Victor Heredia y a otro que yo juraba que era el asistente de Silvio. Cantaron algo interminable, tal vez más interminable con ese vibrato que le pone Heredia -para más datos, el radical de la UCR Víctor Heredia- a todo lo que canta. Un grupo genial de gente de los barrios -de pie o de cualquier barrio, pero un barrio- empezó a gritar: Chávez, Chávez. Y, atento, S. Rodríguez dijo: "que venga chávez" y le cedió la palabra. Mamita: dos horas cuarenta se mandó el comandante.
Yo soy medio chavista. Es decir, me encanta el personaje. No soy chavista ni en lo económico ni en lo político, me parece un tanto un farsante populista. Pero el personaje, ese presidente latinoamericano desmesurado, me encanta. Y frente a él, una hora basta para que me declare públicamente chavista. Una hora y media bastan para que putee a los de Fedecámaras venezolanos que no pudieron sostener el golpe de estado fusilándolo. ¡Qué increíble! Una oración subordinada tras otra que no cerraba nada. Un festival de demagogia. Y todo eso que durante la primera hora yo catalogaba como "estupendo diálogo con el pueblo". Me fui a la hora y media. Clamaba por la hora de la espada en Venezuela.
Después vino la marcha de la izquierda, mucho más chica, pero gozante de mis simpatías absolutas. Las cuadras finales del recorrido se caminaban tensamente. Estaba el vallado y la policía. Ya unos grupitos -el MTR CUBA- habían dicho que la iban a pudrir. Adelante iba el PO, yo iba en su columna. Al ir llegando los maoístas del PCR se adelantaron como una turba y cantaban: "Pan y vino, pan y vino, el que no salta las vallas para qué carajos vino". Entre esos y los otros -cuando el PO se retiraba, acción con la que acuerdo aunque me fui hacia adelante porque quería ver qué pasaba- empezaron a tirar piedritas y los canas tiraron gases. Como pasaron por encima mío no me afectaron directamente. O un poquito nomás. Todos corrimos -claro, menos los que fueron a saquear los locales de Havanna (son reimperialistas) y de Movistar (ahi por ahi tenían razón porque me rompe las pelotas su servicio). Luego me encontré con Pablo que me trajo de vuelta a Buenos Aires en el auto de un amigo suyo. Mi día de antiimperialismo la verdad que no fue tan interesante como hubiera yo deseado. Y ni siquiera pude, como los peronistas que ponían las patas en la fuente, posar mis pies sobre la arena. Ay, Mar del Plata. Ni siquiera tengo ganas de visitarla, pero la verdad que es un desperdicio no darse en sus aguas ni siquiera un chapuzón.

viernes, 8 de enero de 2010

Dos películas en este enero.

Los primeros de enero a veces vienen moviditos. Basta recordar La Habana del '59 o Chiapas del '94. Para no remontarnos tan lejos, estos primeros días del año son promisorios, al menos en las carteleras cinematográficas. Ese día se estrenaron Rosetta y Avatar.
Todo el mundo esperaba Avatar. Hace unos meses me había llegado una invitación para ver quince minutos del filme. Pero desistí y decidí esperar. No pude ir a la privada porque estaba en Mendoza (ahhhh, Mendoza -fea ciudad pero ahhhhh, Mendoza-) y luego intenté ir a verla durante varios días. Qué cosa. Cuánta gente queriendo ver la peli y uno no pudiendo verla por culpa de esa gente que llega más temprano a la boletería (en realidad, de tacaño: podría haber sacado entradas por la web, pero ¿para qué gastar guita si tenemos una credencial que nos habilita la entrada al cine gratis en Cinemark?). En fin, después de cuatro días (uno de esos días decidí ir temprano al abasto (¡a las diez y media de la mañana!) pero -auch- exhibían la peli doblada al castellano) y cuarenta minutos de cola pude obtener dos entradas en la tercera fila. No estuvo mal y, aunque me prometí soportar una tortícolis y preví que iba a ser copulado por los personajes en 3D, nada de eso ocurrió y tuve una experiencia muy interesante.
Es cierto que el 3D de la peli es toda una vivencia nueva del cine: uno es un testigo que está allí. La profundidad de la visión brinda novedosas maneras de mirar. Y los personajes digitales están muy bien realizados (aunque sigan careciendo de eso que hace que los actores -más allá de su insoportabilidad cuando están fuera de las pantallas- sean actores). La trama es sencilla y linda: los terrícolas se encuentran en Pandora (una luna a la que se llega después de cinco años de viaje espacial que los turistas espaciales realizan criogenizados), unos quieren estudiar un mundo fascinante (los menos), otros quieren sus riquezas minerales, a toda costa. Éstos tienen el poder. Jake Scully, un exmarine en silla de ruedas, llega al planeta y presta su conciencia a un avatar: un cuerpo Na'vi (que así se llama el pueblo pafícifo y ecologista que habita Pandora) modificado genéticamente para poder ser usado como envase de esa conciencia. Lo envían a hacer contacto con los Na'vi. Los milicos yanquis quieren que se infiltre y les pase info para el desalojo final de sus tierras, los científicos desean que vaya en son de paz. Es todo bastante previsible: conoce una princesa Na'vi, se debate entre su fidelidad a sus orígenes humanos o al amor. Etcétera. Pero lo impresionante es el modo en que está narrado fílmicamente, gracias, claro, a la tecnología. El planeta es lo más, sus criaturas son lo más y la batalla final es lo más de lo más. El 3D garpa y la peli está buena. Pero tampoco exageremos, ¿no? En todo caso, será el film precursor de otros films que usarán esta tecnología usada con mayor temeridad narrativa, tal vez. De todos modos, una experiencia altamente disfrutable.




Por otro lado, se estrenó Rosetta. Un film genial. Absolutamente genial. Y en las antípodas de Avatar: filmado con cámara en mano todo el tiempo, recurriendo sólo a la luz natural, sin música incidental. Una maravilla que, desde su sencillez técnica, lleva a cumbres de emoción y reflexión y felicidad (melancólica felicidad) cinematográfica. Rosetta es una chica de 17 años, ponele, que vive una vida de mierda: acaba de ser despedida de una fábrica porque terminó su contrato basura de tres meses (impresionante primera escena), vive con una madre alcohólica tremenda y su sueño es tener un laburo, vivir con cierta dignidad, ser normal. Pero la vida -su vida, el mundo- son una mierda y ella debe enfrentarse a ese mundo. La vemos todo el tiempo en esa guerra, sentimos su respiración, estamos junto a ella. Rosetta corre. Corre todo el tiempo. Corre desordenadamente -y ordenadamente- pero, correr, ¿no es una manera de apurar ese que sabemos que debe pasar? ¿Una cierta conciencia de la fatalidad y el impulso a atravesarla lo más rápido posible? Pero ella prefigura otro mundo, una vida normal. Ella piensa que su madre debe ir a AA, ella lucha -por todos, todos los medios- para conseguir un trabajo, ella quiere una vida normal.



Una escena conmovedora como pocas. Íntima: estamos con Rosetta. Que es una nena. Que susurra ese diálogo monólogo con ella misma.
Es un film político. No sólo porque retrata a una piba de la clase obrera en un mundo que la descarta, porque el capitalismo es así, sino por los conflictos éticos a los que Rosetta debe enfrentarse y por el modo en que fue filmada. Es una gran película. Una película genial.

Recomiendo este texto sobre la peli: http://lamimesis.blogspot.com/2008/10/9-rosetta-hacia-un-cine-fsico.html. Que nos permite, a quienes ya la vimos, volver a ver una y otra vez esas escenas increíbles que permiten pensar que el cine -esa forma dinámica de capturar la luz que llega y la que no- es, sí, más grande que la vida misma.

El año comienza bien. Esperemos que así continúe.