Una Victoria Ocampo con pantalones –y un poco freak–. Así califiqué a Gabriel Guralnik hace mucho tiempo en una columna pulicada en la revista eñe. Fue, durante un tiempo, una rara avis, un objeto volador no identificado en el campo de las letras. Provenía de las ciencias duras: era un investigador informático de gran éxito y pesadas billeteras. Había vivido en Japón y sentía fascinación por todo lo que el futuro prometía -él ayudaba a acelerar los tiempos-. Esa inclinación hacia los tiempos por venir también repercutía en sus preferencias literarias. Guralnik era un fan absoluto de la ciencia ficción y del género fantástico -clasificación que conllevó, en algún momento, sesudas discusiones sobre su pertinencia-. No sabía cómo combinar los tiempos que le llevaba el desarrollo de las artes computarizadas con sus gustos de lectura. Fue así que un día decidió dejarlo todo en pos de la literatura. Creó Ciudad de arena, una fundación dedicada a la difusión del género fantástico. Se rodeó de los cultores de la tendencia, que pronto excedieron esos límites, y llegó a amplios sectores del campo escritural argentino. En 2004 fue el impulsor de uno de los últimos grandes proyectos que incluyeron a grandes grupos de escritores. Organizó el "Viaje al centro de los confines", una travesía en el Tren Patagónico que unió la ciudad de Carmen de Patagones con Bariloche en tres jornadas. Los vagones estaban llenos de escritores de toda laya. Había también un grupito de estudiantes secundarios destacados de Capital y de Río Negro. Estaban Alberto Laiseca, Ani Shua, Carlos Gamerro, Elsa Drucaroff, Bebe Kamin, Mariana Enríquez, Pola Oloixarac, Hugo Salas, Lucía Gálvez, Rafael Pinedo, Carlos Gardini, Liliana Díaz Mindurry y Pablo Capanna, entre otros. Hubo tertulias, debates, whiskys y vinos. En cada parada Laiseca narró sus relatos de terror como sólo él sabe hacerlo -también dio rienda a su pasión juvenil, como tantos-. Hubo noche de boliche en Ingeniero Jacobacci, pueblo donde sus habitantes abrieron la puerta a los escritores que se habían quedado sin lugar en el hotel. También hubo una rebelión, conocida como el alzamiento por la Foto en la Nieve cuando Guralnik comunicó a la asistencia que apenas llegados a Bariloche debía tomar el micro de regreso. No fructificó, sin embargo sus impulsores pudieron mojar sus manos en las heladas aguas del lago Nahuel Huapi. Creo que fue una de las experiencias más lindas que viví.
Más tarde, la fundación realizó algunos encuentros de creadores, impulsó la salida de una recopilación de cuentos y bancó una página web dinámica en cuanto a la difusión de literatura. Guralnik recibía a escritores, los escritores acudían a él. Pero la literatura no paga, según cuentan. Sobrevivió dos años más. Los almuerzos que propiciaba esa Victoria Ocampo con pantalones, con una mirada fija, intensa detrás de unos gruesos vidrios, se espaciaban cada vez más. "¿Y de Guralnik qué se sabe?", era una pregunta recurrente -aunque cada vez más distante- en los encuentros que había en el campo cultural. Dicen que volvió a la computación, a los sistemas. Nadie sabe mucho más de él.
martes, 24 de junio de 2008
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