lunes, 23 de junio de 2008

Merienda

Nunca fui de tomar merienda. Es decir, esa celebración de chocolatada, galletitas y programas para niños con el sonido al mango de la tevé. Debo decirlo: era un niño aburrido. A mí me bastaba con un té.
Sin embargo, esta tarde acompañé al Capitán Intriga y sus amigos para revivir aquellos viejos tiempos. El convite consistía en que cada asistente preparara algún manjar de repostería y se dispusiera a pasar una tarde gris de domingo como si fuera un mozalbete frente a Flavia Palmiero y su ola verde. En la pantalla gigante de la Casa Brandon se podían celebrar las imágenes de Mazinger Z, Robotech, Los Pitufos, Meteoro y muchos otros ídolos de nuestros ya aquellos viejos tiempos. Mientras tanto, para no caer en el revival sin ton ni son, Martín Crespo, quien organiza las fiestas Compass, oficiaba de contemporanísimo di yei.
La asistencia llenó las instalaciones de la casita de Villa Crespo. ¿Cómo definir a los amigos del Capitán -amigos, digo, sin que esto implique que el anfitrión conociera a cada una de las visitas, ya que la convocatoria había sido lanzada desde su visitado blog-? Son gente joven, de entre veinte y pocos treinta, modernitos modernos modernosos, no confrontativos, alegres, danzantes, cultivadores de la amistad, de gran ingenio, altamente despolitizados, de lindos raros peinados nuevos e ídem vestimentas, amables, desquiciados por el diseño, bloggers, lectores de blogs, ¿lectores de libros?, adoradores de las formas infantiles, desprejuiciados, de bastante buen pasar económico, geeks, amantes de los sonidos indie y de las celebraciones que se gestan en los márgenes de todos los palermos. Gente linda que concurre un domingo de invierno a tomar la chocolatada con amigos nuevos.
Por ahí andaba Daniel Molina, como siempre, atento a lo que anda pasando en el mundo. Cuando Intriga anunció los ganadores del concurso -porque, claro, la gran cantidad de manjares debía ser degustada por la asistencia- habían pasado tres horas de amena reunión y la gente de la casa necesitaba despejar el lugar para alguna otra de sus innumerables actividades.
Yo, que amo el frío, me fui a caminar por ahí, por el Parque Centenario, antes de meterme en un bar para esperar a F., mientras la taza de té caliente me calentaba los dedos.

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